Siempre soñé con ser una musa pero debí tener más cautela con mis deseos.
No tome en cuenta que las musas siempre se quedan solas; son efímeras, están condenadas a cautivar a los artistas por unos segundos, meses o quizás solo días y no pasan de simplemente estar plasmadas en páginas, canciones, pinturas o incluso hasta visiones.
Las musas son lujuria, una pasión desenfrenada, una mirada cargada de energía porque de eso están hechas; por eso en su paso te transforman y luego desaparecen.
Desde siempre añore ver mi paso por la vida plasmado en los dedos o la mente de aunque sea una sola persona, pero nunca pensé que la perfección era tan vacía y que te condena a la soledad. Una soledad que a veces duele, pero que pasa ante el paso de cualquier nueva ilusión.
El problema de las musas es que nadie piensa que tenemos corazón, porque somos capaces de amar intensamente en un parpadear de ojos y al siguiente segundo ya no estar. Porque somos autenticas, sinceras, frágiles como un cristal y cargadas de un drama que se instala en las venas para que siempre causando adicción , y dependencia casi instantánea que siempre hace que pidan más, para luego generar la terrible abstinencia ante la partida.
Son seres imperfectamente perfectos, que por los días sonrien, liberan picardía, caen en las garras tentadoras de algún amante, arañan las pieles sin herir y luego lloran en las almohadas la insoportable realidad de que jamás se van a quedar.
Todos nos añoran, nos desean, nos buscan como gatos hambrientos, pero pocos por decir nadie se molesta en luchar por retenernos.
Me equivoque toda la vida por querer sentirme diferente y ahora debo desaparecer entre líneas hasta mi próximo despertar.
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