Años insistiendole a concha, un cuerpo endiosado ya muchas veces observado, un rostro de ángel y los ánimos de un joven semental, muchos rechazos, ese juego de hacerme la despistada y evitar, basto con que el dueño no apareciera para que concha terminara en aquel lugar y sintiera como se quemaba en cada entrada de aquel modelo audaz, una y otra vez sin parar, se destruyo el lecho que los sostenía, de repente esas palabras del semidios dentro de la muy húmeda amiga llenas de sentimentalismo, una mirada al techo y esas ganas de sentirlo venirse dentro.
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